
La vida en Providencia un año después del huracán Iota
NICASIO, EL ‘LOBO DE MAR’ QUE VATICINÓ LA TRAGEDIA
Para Nashelly, su papá fue un genio. Con orgullo cuenta cómo desde distintos lugares de Providencia y Santa Catalina venían a buscar a Nicasio Howard Archbold para recibir sus consejos sobre el mar, el clima, biología y hasta ingeniería.
A Nicasio lo recuerdan su familia y amigos no solo como un hombre sabio, sino también como un hombre fuerte.
La vida de este ‘viejo lobo de mar’ se apagó sobre la medianoche del 22 de noviembre, seis días después del paso del huracán Iota. Según su familia, durante los días previos al paso del huracán a Nicasio se le notaba alterado, nervioso.
“Él estuvo como dejando sus cosas listas –recuerda Nashelly–. Nos decía que empacáramos porque íbamos a tener que salir, fue muy raro, pero él siempre supo que iba a pasar algo grave, lo presentía”.
Sobre las 5 de la tarde del 15 de noviembre del 2020, Nicasio se sirvió un vaso de whisky. La lluvia caía y los vientos se hacían más fuertes. Miró a su esposa, Bárbara, y le dijo: “Babi, la marea va a subir hasta siete metros”.
La alerta de Nicasio no fue atendida pese a que su vivienda quedaba ubicada cerca del muelle de Santa Catalina, en la parte alta, de frente al mar.
La familia de Nicasio solía bromear con él llamándolo ‘Junior Enríquez’, en alusión al reconocido meteorólogo colombiano Max Enríquez. Por eso, pese a que el clima arreciaba, poco caso le hicieron a sus advertencias.
“Al otro día mi hija cumplía su primer año, estábamos pensando en eso –aclara Nashelly–. Igual con las advertencias y todo nos fuimos para un hotel para buscar refugio y ahí esperamos, pero mi papá seguía con lo de que no iban ni a quedar casas”.
Ya sobre la medianoche del 16 de noviembre, se escuchaba afuera cómo el viento se llevaba las casas, el alboroto. La parte de arriba del hotel voló, las ventanas se rompieron y las familias que ahí se refugiaban tuvieron que salir.
Eran las 2 de la mañana, el agua llegaba a las rodillas. Nashelly sostiene que afuera todo se veía blanco, tal vez por el polvo de las estructuras que se hacían añicos entre el oleaje y los fuertes vientos.
La familia se agarró a una cuerda. Muchos se lanzaban a los remolinos que formaba el agua por sus seres queridos. Cada quien se resguardó como pudo esa noche.
“En ese momento no supe de mis papás –señala Nashelly–. Hasta el otro día me vi con ellos. Mi mamá dijo que se habían quedado prendidos de un árbol, que papá la había abrazado para sostenerse”.
En medio del asombro, las preguntas para saber quién necesitaba ayuda y la revisión de lo poco que había dejado en pie el huracán, Nashelly recuerda haber visto muy pálido a su padre.
Cada tanto algún familiar le preguntaba a Nicasio cómo se encontraba. Y él solo respondía de manera afirmativa, indicando que todo estaba bien, aunque su semblante era distinto.
Ese 16 de noviembre Nicasio se acostó en la cama de una de sus hijas y no volvió a bajar. Se notaba enfermo, pero le pedía a su familia que no subiera.
“Decía que tenía un poco de fiebre –indica Nashelly con los ojos cristalinos–. Ya el 17 mi mamá dice que papá no estaba bien, que no reaccionaba a su llamado. Ahí decidimos tratar de llevarlo a un hospital”.
La salida de Nicasio de la isla fue muy difícil, no había un vehículo para sacarlo y, además, el personal de rescate señalaba que tal vez se trataba de covid-19. Por eso demoró su salida hasta el día siguiente. Le practicaron dos pruebas para descartar el coronavirus, ambas fueron negativas.
Finalmente, el día 20 se pudo, por medio de un helicóptero, sacarlo y llevarlo al hospital de San Andrés, donde los médicos confirmaron que Nicasio tenía muchos golpes y hematomas en su espalda. Sufría una hemorragia interna.
“Según la historia clínica, todos los golpes fueron en la espalda, como cuando uno protege a alguien, que lo abraza –explica Nashelly–. Lo que pasó fue que cuando tuvimos que salir del hotel mi papá protegió a mi mamá de las cosas que el agua y el viento traían, él recibió todo los golpes”.
A las 12:40 del 22 de noviembre, Nicasio Howard, de 69 años, murió tras los golpes que recibió protegiendo a su amada esposa.
Bárbara, o Babi como la llamaba cariñosamente, aún permanece en estado de conmoción a un año de los hechos. No han reparado su vivienda, pero la familia permanece unida para celebrar los dos años de vida de la hija de Nashelly y homenajear a Nicasio en el primer aniversario de su partida.
Nicasio era el capitán de la lancha de Coralina Providencia. Hoy, un año después de su muerte, sus compañeros de trabajo lo siguen recordando como un hombre brillante que tenía un gran conocimiento sobre el mar, las estrellas, los peces y los corales; sobre supervivencia y la comida sana. Un hombre que murió protegiendo a su esposa para demostrarle hasta su último día cuánto la amaba.
VINCNT, EL CUENTERO QUE MURIÓ SOLO
Las historias de piratas, tesoros escondidos y fantasmas en la voz de Vincnt Newball ya no se escucharán más en el parque de Providencia. Newball, de 76 años, es otra de las víctimas que hace un año dejó el paso del huracán Iota.
En palabras de su hermana Genoveva, Vincnt fue agricultor y pescador, artes que aprendió de su padre y que le sirvieron para hacer gran parte de su vida en Barranquilla y Cartagena.
“Él se sentaba a hablar de eso y la gente lo escuchaba –recuerda Genoveva–. Aprendió todas esas historias en su juventud, con mi papá, por eso conocía tanto de esos cuentos de piratas”.
El reporte de las autoridades indica que Vincnt murió por el golpe de las paredes que cayeron sobre él en una vivienda de Santa Catalina. Según su hermana, había llegado hasta esta vivienda porque no quería estar encerrado por la cuarentena decretada por el covid-19.
Según Genoveva, este marinero era dueño de un temperamento fuerte, por lo que prefirió irse de su casa en mayo del 2020 a guardar el confinamiento. Tras salir de su casa encontró un lugar para quedarse cerca de una posada en Santa Catalina.
“Había sufrido una trombosis en 2004, cuando vivía en San Andrés –explica Genovena mientras llora–. Desde entonces había regresado y la parte izquierda de su cuerpo no funcionaba muy bien”.
Según cuenta su hermana, Vincnt se quedó solo en la casa mientras el huracán llegaba a Providencia. Un hombre que lo fue a buscar varias veces señaló que la última vez que habló con él, sobre las 10 de la noche, el marinero respondió que estaba comiendo y aclaró que no iba a salir.
Fue la última vez que vieron con vida a Vincnt. Su familia tuvo que esperar hasta el jueves 19 de noviembre para llegar a Santa Catalina, pues solo había un bote para cruzar al otro lado desde Providencia y fue necesario esperar una larga fila.
“Mi hermano estuvo solo su último día de vida –explica Genoveva, de 65 años–. Murió solo, así estuvo mucho tiempo de su vida desde que regresó. Creo que la gente que lo conoció lo va a extrañar por sus historias”. Newball tuvo dos hijos, uno vive en Barranquilla; la menor, en Chile.
Hace poco se realizó una labor de exhumación para determinar las causas de su muerte. Según explica su hermana, este trámite se hace para determinar que sí fue víctima del huracán, pues el cuerpo fue enterrado en cuanto se encontró.
Por ahora, su familia espera que aquel hombre que con sus increíbles historias sobre las hazañas de arriesgados piratas se quede en la memoria de los habitantes de Providencia.
WAYNE HAYLOCK NO ABANDONÓ SU BARCO
Más de 600 kilómetros navegó en su barco Wayne Haylock desde Honduras hasta Providencia.
La razón de aquella travesía realizada a comienzos del 2019 era Miss Aviana, el barco de su yerno. Aquella embarcación pesquera llevaba el nombre de su nieta y prometía ser un proyecto de gran beneficio para ambos.
Elaine Haycock, la hija menor de Wayne, sostiene que la embarcación no había podido comenzar operaciones porque tenía bandera hondureña, razón por la que debió realizar una serie de trámites que hasta octubre del año pasado tuvieron resultado favorable.
“Él ni alcanzó a salir en el barco –cuenta Elaine–. Siempre se había dedicado a esto, desde los 14 años, era su vida y tenía un sueño acá, porque la pesca es mejor en estas aguas”.
Elaine describe a su padre, de 61 años, como una persona bondadosa y responsable. Casi no estuvo durante gran parte de su vida por las extensas jornadas de pesca que desde los 14 años este experto capitán realizaba, pero lo recuerda con mucho cariño.
No obstante, cuando el huracán Iota llegó quedó claro para todos lo que la embarcación y el mar significaron para Wayne.
Según cuenta el hijo mayor de este hondureño, la noche del 15 de noviembre del 2020 decidieron mover la embarcación desde el muelle hasta Santa Catalina para asegurarlo con los manglares.
Pero cuando iban a zarpar, los vientos se hicieron más fuertes y dificultaron la partida, por lo que el hijo decidió que era mejor buscar refugio; pero Wayne no quiso abandonar el barco que llevaba el nombre de su nieta.
“Mi hermano no quiso abandonarlo y se quedó con él –rememora Elaine–. Pero ya en la madrugada, como a las 3 de la mañana, todo era más violento y mi hermano casi que sacó a mi papá del barco. Cuando saltaron no vio más a mi papá”.
Según las palabras del hijo mayor de Wayne, en medio de la tormenta fue difícil hallar a su padre. Solo hasta el otro día se dieron cuenta de que estaba ahí, debajo del barco. Perdió la vida al caer al agua, no pudo volver a salir.
Con dolor, pero al mismo tiempo con el consuelo de que su padre murió en el mar, donde pasó casi toda su vida, Elaine señala hacia el muelle de Providencia donde aún se puede ver la embarcación blanca de líneas azules con algunos daños y anclada casi en el centro de Providencia, aún no ha sido removida.
TODOS LLORARON A ROGINO
Judith Mcclain no entendía por qué en la mañana del 15 de noviembre del 2020 sus ojos no paraban de llorar. La angustia, el dolor y el desconsuelo de tener que irse para el hospital no le permitían estar en paz. No sabía qué le pasaba.
Antes de partir abrazó con fuerza a su papá, un hombre mayor que se encuentra en silla de ruedas. Pensaba que sus lágrimas le advertían por él, pero no fue así.
Con la alerta del huracán y con Judith en el hospital realizando sus labores de enfermería, en casa quedó a cargo su esposo, Rogino Livingston, un hombre de 46 años reconocido en la isla por su actitud servicial y por todos los trabajos en los que se rebuscaba la vida, desde pesca hasta mototaxismo.
A su vivienda, en el sector de Casa Baja, llegaron todos los de su familia para pasar la noche juntos durante el paso del huracán Iota. No obstante, la tempestad era tan fuerte que la casa no resistió y la familia tuvo que salir a buscar refugio en la iglesia Bautista, a unos ocho metros de distancia.
El refugio instalado en este lugar les permitió a la familia Livingston y a los vecinos de la zona resguardarse de la sacudida de los vientos.
Según el relato de Sasha Livingston, hija de Rogino y Judith, estuvieron más de media hora adentro de la iglesia cuando el huracán Iota empezó a despedazarla.
“La gente saltaba por las ventanas, buscaba refugio, el techo de la iglesia se caía –recuerda Sasha–. Pero mi papá comenzó a darles la mano y a ayudarlos a pasar a la parte de atrás de la iglesia, esa parte era más resistente”.
Sasha recuerda haber ingresado al baño del templo, de donde no salió hasta que pasó el huracán. Al salir les preguntaba a sus tíos y a los vecinos si habían visto a su papá, pero nadie le daba razón de su paradero.
Al amanecer, cuando el agua iba bajando, al salir de la iglesia los hijos y nietos de Rogino se encontraron con el cuerpo de este hombre. Una pared de la iglesia le había caído encima justo al terminar de ayudar a las personas a entrar a la parte trasera de la iglesia.
Judith Mcclain parece que no hubiera parado no haber parado de llorar desde hace un año. Se nota cansada, débil por la tristeza.
Luego de pasar una horrible noche en el hospital, sobre las 5 de la tarde del 16 de noviembre pudo salir de su refugio para ir corriendo hasta su casa y ver que su familia estuviera bien
La enfermera de 44 años recuerda que por Providencia no se caminaba sino que se escalaba entre los escombros. “Llegué a mi casa y vi a mis hijas alrededor del cuerpo de mi esposo –recuerda Judith–. No lo podía creer, tan joven. Toda la angustia y todas mis lágrimas eran por él”.
Hoy, un año después de la muerte de Rogino, las heridas se mantienen abiertas. “Fuimos novios desde los 8 años”, resalta, con dolor, Judith cuando pasa una a una las fotos de su compañero y sonríe.
“Él hacía de todo –cuenta con orgullo su hija Sasha–. Mi papá era una persona alegre, servicial, ayudaba a la comunidad, estaba pendiente de todos fueran familia o no. Todos en Providencia deben tener una historia de él y lo deben extrañar porque él siempre estaba preguntándole a la gente qué necesitaba”.
Mientras esperan que comiencen las labores de reconstrucción de su vivienda, la familia de Rogino permanece junta, así como este servicial hombre les enseñó a ellos y a sus vecinos que debían mantenerse pese a las dificultades.


El huracán lota afectó el
98 %
de la infraestructura de Providencia y Santa Catalina.
El huracán lota afectó el
90 %
del bosque seco y manglar del
Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon
0
Turistas recibe Providencia y Santa
Catalina actualmente, frente a
32.600que recibió en 2019




La vida en una carpa en Providencia
La vida en una carpa
en Providencia
Cifras oficiales dan cuenta de 70 familias viviendo en estos espacios. Muchas denuncian lentitud en la reconstrucción. Preocupan la situación del hospital y del turismo. El Gobierno responde.
Miguel Ángel Espinosa
Enviado especial de EL TIEMPO
El cielo de Providencia brilla con un intenso tono azul celeste. Avanzando por la carretera de Pueblo Libre, el verde manzana de la montaña que cubre la isla se pierde entre las edificaciones averiadas y sin techo —aún en pie— tras un año del paso del huracán Iota.
A un costado de la vía se puede ver a Violeta Cristina Rankin Mcnish sentada en una caseta de madera de colores amarillo y verde.
Mantiene su pierna izquierda extendida sobre la banca de madera. Debe hacerlo porque su empeine se hincha si está mucho tiempo de pie. Es así desde hace más de un año, cuando recibió una cirugía para amputarle dos dedos debido a sus problemas de diabetes.
Lleva una licra gris y una blusa negra. En su piel se notan las quemaduras del sol, tiene el cabello corto y le faltan algunos dientes, por lo que no se le entiende muy bien cuando habla.
Es casi mediodía y la temperatura llega a los 30 grados centígrados. La humedad alcanza un 70 por ciento. Es sofocante solo usar tapabocas.
A unos seis metros, cruzando la avenida, están las dos carpas en las que viven Violeta y su familia. En medio de las dos, arriba, subiendo 10 escalones, está la base del lugar donde se ubicaba su vivienda.
Violeta no puede moverse del lugar en el que está por lo menos hasta que su hija de 9 años llegue del colegio y tenga que regresar a la carpa para servir el almuerzo.
“Yo no puedo estar en esa carpa después de las 8 de la mañana —protesta Violeta, de 49 años—. Yo hago el almuerzo y tengo que salir de ahí porque el calor es insoportable, solo vuelvo para servir, porque también almorzamos afuera”.
Suspira. Alrededor de su casa se han reparado dos viviendas. En otra de las viviendas que rodean su terreno cuatro hombres ya empezaron a levantar un hogar más. No entiende por qué no empiezan a trabajar en la suya.
Desde que el huracán Iota —hace un año, en la noche del 15 de noviembre y en la madrugada siguiente— pasó por las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, su vida cambió radicalmente.
La situación fue más crítica en las islas de Providencia y Santa Catalina, a unos 93 kilómetros de San Andrés. El huracán pasó a menos de 12 kilómetros con una velocidad de 250 kilómetros por hora y destruyó todo a su paso. Dejó más de 6.000 damnificados, cuatro muertos y el 98 por ciento de la infraestructura destruida.
Violeta cojea por sus operaciones. Del pie izquierdo le amputaron dos dedos y, del derecho, uno.
"Yo trabajé hasta el día del huracán —recuerda Violeta—. Y no tengo dónde más trabajar por lo de mis cirugías". Violeta cojea por sus operaciones. Del pie izquierdo le amputaron dos dedos y, del derecho, uno.
Una de las carpas que hay en su predio la levantó su esposo, Archelaos Robinson. La otra, es una más de las 900 que se distribuyeron por toda la isla para dar auxilio a los damnificados.
Un año después de los hechos, Violeta, su esposo y su hija son parte de las 70 familias que aún permanecen en carpas a la espera de una solución de vivienda.
Según cifras de la gerencia para la reconstrucción de San Andrés, Providencia y Santan Catalina, en Providencia existen hoy 84 carpas instaladas: 70 familias viven aún en estos espacios (20 de ellas ya tienen su vivienda lista pero por diferentes motivos no se han podido mudar) mientras que las otras 14 son utilizadas hasta como bodegas.
Sandra Gómez Arias, presidenta de Findeter, entidad encargada de la reconstrucción de viviendas, asegura que unas 30 familias se encuentran en vilo porque no tenían vivienda propia.
Violeta procura asear muy bien las dos carpas donde debe sobrevivir con su familia. Todos los días se levanta a las 6 de la mañana, toma una ducha en los tanques que hay afuera, manda a su hija al colegio y empieza a barrer y trapear. Cuenta que las carpas se llenan de tierra y no soporta el olor a humedad. Deja el almuerzo listo lo más temprano posible para poder salir. Nadie en Providencia puede soportar el sofocante calor al interior de esas casas de mentiras.
Un pequeño televisor les ayuda también a distraerse y a olvidar las condiciones en que viven. El programa favorito de Violeta es ‘Guerreros Colombia’, un reality show de competencias entre equipos.
“Casi todo se moja cuando llueve, toca tener todo elevado porque el agua se filtra por todas partes —reclama, entre lágrimas, Violeta—. Cuando no es por el calor es por la lluvia… ¿Usted cree que una persona debe vivir así? Yo a veces tengo ganas de tomar veneno, estoy aburrida de esta vida”.
Desde su casa se puede ver el centro de acopio y el muelle al que llegan los barcos con los materiales para la reconstrucción de la isla. Sigue sin entender por qué aún no llegan a su casa.
Ante las quejas de los habitantes de Providencia por demoras en la reconstrucción de sus viviendas, la directora del Departamento de Prosperidad Social (DPS) y encargada de la gerencia para la reconstrucción, Susana Correa, asegura que hubo una priorización, además de una evaluación técnica hecha por Findeter.
“Soy muy enfática en priorizar lo social —explica la funcionaria—. Hay casas que se han demorado porque hemos priorizado a madres gestantes, menores de 5 años y también docentes. Cuando se ve que en una cuadra hay casas levantadas y otras no es por eso, pero ya venimos adelantando el resto de viviendas”.
Datos de Findeter dan cuenta de que a la fecha, de las 1.787 viviendas en la lista de construcción (de las cuales 877 eran viviendas para reparar y 910 para construcción de casas nuevas), la entidad ha entregado 962 cuando se cumple un año exacto del huracán.
La meta a final del mes es completar las 1.090 viviendas entregadas, aunque los trabajos se han visto afectados por un brote de covid-19 que obligó a mantener en cuarentena a más de 100 trabajadores.
De las 877 viviendas a reparar, 625 ya están terminadas y 790 tienen cubiertas instaladas totalmente. De las 910 casas nuevas, hay 486 en ejecución y se han entregado 337.
La meta es tener listas las viviendas en marzo del 2022.
365 DÍAS SIN CASA
Así como Violeta, Mercedes Acero y su esposo Mario Wagner permanecen a un costado de la carretera del sector de San Felipe, por la vía que sube desde Pueblo Viejo hacia el centro de Providencia.
Desde la peña en la que está su carpa se puede ver el punto en el que quedaba su casa en la montaña, arriba.
El 28 de septiembre, Mercedes escuchó que alguien taladraba y martillaba y se ilusionó pensando que estaban reconstruyendo la casa donde ella y su esposo vivían hace 45 años; pero no, solo tumbaban lo que quedó.
“No podemos dormir más allá de las 7:30 de la mañana —cuenta con desazón Mercedes—. En cuanto sale el sol es un infierno esta carpa. Me da miedo cuando cocino porque se siente el calor de las boquillas con el de la carpa como si se estuviera incendiando”.
El espacio en que habita la pareja hace un año cuenta con una cama, una estufa de dos boquillas y una mesa.
“El huracán fue satanás”, se apresura a resaltar Mario, de 67 años, que se ríe de forma burlona para suavizar los recuerdos, pero abre los ojos aún con asombro cuando rememora la noche que pasó junto a su esposa en la iglesia para refugiarse de esos vientos endemoniados. “Vimos la iglesia destruirse, volaban bancas y todo, fue horrible”.
Mercedes es pequeña y muy delgada, tiene el cabello largo y aunque no deja de sonreír, también reniega de la lentitud en la reparación de su vivienda.
Su casa de mentiras está adornada con globos blancos y rosados. Están ahí desde el pasado 29 de septiembre, cuando Mercedes celebró sus 62 años. Recuerda que algunos del Ejército que pasaban por la zona notaron la celebración y le cantaron por su cumpleaños.
Mercedes no ha botado los globos, ya hacen parte de la decoración de su improvisado hogar al igual que los números dorados 6 y 2 que se encuentran entre las cosas que hay dispersas.
Mario es mecánico, cerca de su asiento están las herramientas con las que trabaja; recibe un par de motos al día, pero él no puede mover muy bien su pierna derecha por un accidente de tránsito ocurrido dos años atrás, así que no puede estar mucho tiempo de pie.
Es alto, muy delgado. Su cabello se encuentra completamente blanco.
“Lo malo de la rosca es no estar en ella —afirma Mario—. Acá están reconstruyendo casas y la de uno no, eso no lo entiendo, algo tiene que estar detrás”.
Mario hace referencia a una polémica que se desató en Providencia durante el último año y que está relacionada con la Evaluación de Daños y Análisis de Necesidades (Edan), un documento que maneja la Alcaldía de Providencia en el que se hace un listado de las familias que recibirán sus viviendas.


“Nosotros recibimos esta lista y con base en el número de viviendas a construir que ahí aparecen, así mismo trabajamos —señala la presidenta de Findeter—. Pero Susana Correa tuvo que decirle a la Alcaldía que ya no más, porque por lo menos cinco veces se cambió esa lista, entonces la última que recibimos es la de 1.787”.
Muchas familias aseguran que la lista se ha modificado para favorecer a quienes sí votaron por el actual mandatario, Norberto Gari Hooker.
EL TIEMPO intentó ar al mandatario para obtener una respuesta frente a estas acusaciones, pero el mismo funcionario respondió que no hablaría del tema. No obstante, advirtió que con la presencia de tantas personas trabajando en la isla teme una crisis social por los arriendos que se están cobrando.
Según el mandatario, las personas que trabajan en la isla se quedan en hoteles, posadas, campamentos y viviendas que ya han sido entregadas, en las que se les cobran hasta 1'200.000 pesos por el alquiler, cifra que se puede seguir cobrando, —según él— aun cuando todos se vayan de la isla, lo cual puede causar un problema.
“Es solo un tema de oferta y demanda —considera Susana Correa—. Ese tema de los arriendos lo conocemos, pero en cuanto se terminen las labores en la isla todo va a volver a la normalidad y se van a cobrar los precios de antes”.
En la isla de Providencia trabajan un poco más de 2.000 personas; 1.700 solo en la reparación de viviendas, donde hay 280 frentes de trabajo.
Cae la noche y los mosquitos hacen su aparición. Antes de refugiarse de los insectos, Mario recuerda con una sonrisa la promesa de reconstrucción de la isla en 100 días que hizo el Presidente Iván Duque en su visita posterior al huracán.
“Cómo se pone a decir eso —recuerda, entre risas, Mario—. Esto estaba muy destruido, como si nunca hubiera habido vida. Hay que ser realistas, esto va para largo”.
Sobre los tiempos de reparación, la presidenta de Findeter asegura que aunque se generó una expectativa récord, los tiempos de reparación con respecto a los de otras islas que han sufrido catástrofes como Bahamas y Puerto Rico, el 65 por ciento de avance que hoy completa Providencia es notable.
Cifras del Gobierno Nacional dan cuenta de que solo en viviendas se invertirán 500.000 millones de pesos.
Susana Correa señala que la inversión total en el archipiélago es de alrededor de 1,4 billones de pesos; 495.000 millones de pesos en vivienda, de los cuales 303.000 están ejecutados en Providencia. “En vivienda nos falta, pero en agua potable estamos al 100 por ciento, y avanzamos en refugios y posadas”.
El hospital sigue en el piso
Otra de las grandes preocupaciones que rondan en la isla es la de la reconstrucción del hospital, pues un año después del paso de Iota que destruyó el 70 por ciento de su infraestructura; no han removido las camillas y los archivadores y hasta se ven muestras de orina. Y los isleños se preguntan por qué no se ha priorizado su reconstrucción.
El 4 de junio de este año, autoridades locales y nacionales dieron inicio al proceso de reconstrucción del hospital departamental de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, sede Providencia.
Eduardo José González Angulo, director de la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo y Desastres (Ungrd), aseguró que la inversión final de la reconstrucción será de más de 8.000 millones de pesos.
“Queremos agradecer a los gobiernos de China y Corea –resaltó González Angulo–. Y al Banco Centroamericano de Integración Económica, quienes donaron recursos importantes, y gracias a los cuales hoy podemos dar un aporte como Gobierno, a través del Fondo Nacional de Gestión del Riesgo de Desastres de más de 3.500 millones de pesos colombianos”.
-El hospital sigue en ruinas; las madres deben parir en San Andrés
La idea, según autoridades nacionales, es contar con un hospital de nivel dos para la isla de Providencia. Pero no se ha empezado ninguna obra.
Cifras del Ministerio de Salud y Protección Social indican que, hasta el momento, la atención en el hospital de campaña de Providencia ha sido garantizada en un 100 por ciento. Además, explicaron que se construirá una estructura nueva en el mismo lugar que solía estar el antiguo hospital.
A través de un comunicado, el Ministerio señaló que el pasado 17 de septiembre se firmó un convenio entre La Fundación Grupo Argos, la Ungrd, la Gobernación de San Andrés y esta cartera por valor de 8.889’364.395 pesos para la ejecución de la reconstrucción del hospital.
“En la actualidad el convenio está en plena ejecución. Se cuenta ya con anteproyecto arquitectónico debidamente socializado con las autoridades de la isla y de acuerdo con el cronograma de ejecución, los diseños finales —incluidos los estudios de ingeniería— estarán disponibles en el mes de enero del 2022, fecha a partir de la cual se iniciarían las actividades de construcción para finalizar a más tardar en el mes de septiembre del mismo año”, señaló el Ministerio de Salud y Protección Social.
La Gobernación de San Andrés, Providencia y Santa Catalina adelanta la contratación de los ajustes a los diseños con la Universidad Nacional de Colombia con recursos por el orden de los 130 millones de pesos aportados por el Ministerio.

Al sol y al agua
Es usual recorrer la isla de Providencia y ver a las personas sentadas afuera de sus carpas por las mañanas o al mediodía.
Así lo hace también Máxima Fuentes, una mujer afrodescendiente de contextura gruesa y ceño fruncido. Grande, un metro con 80. Mientras habla, las gotas de sudor caen por su rostro como si estuviera hablando en medio de la lluvia.
“Nosotros nos movemos en la carpa dependiendo de la hora —explica Máxima—. Por la mañana el sol sale por acá, entonces nos vamos al otro lado; y al mediodía, como pega encima, me toca salir y esperar afuera”.
Al explicar apunta a un árbol cerca de una gran vivienda blanca recién reconstruida. Asegura que aún no entiende cómo funcionan los tiempos de reparación, pues la casa de ellos está en frente de esa gran casa blanca y nadie ha venido a ayudarlos.
Máxima revuelve un poco la sopa y vuelve a salir de la carpa. Toma aire y regresa para seguir acomodando su ropa. Es así casi todos los días, el calor es insoportable.
Su esposo, Máximo Róbinson, saca una silla de la carpa. Donde se sienta lo alcanza a golpear el sol, pero dice que no le importa. Afuera hay viento, mientras que en la carpa aún no encuentra un punto medio para poder permanecer ahí todo el día.
Máximo tiene una espesa barba blanca y lleva una gorra. Tiene la camisa en el hombro para espantar a los mosquitos. Su piel se nota áspera, como la de quien ha trabajado expuesto al sol gran parte de su vida.
“Han arreglado unas casas y otras ni las han volteado a mirar —señala Máximo—. No entendemos a qué se deba eso, pero deberían entrar a una carpa de estas, tal vez así se den cuenta de que tienen que apurarse”.
Los días en Providencia se hacen más bulliciosos por las reparaciones y la cantidad de vehículos y personas que desde hace un año también habitan la isla.
El paisaje es verde. El sol no deja de brillar mientras que a un costado de la carretera Violeta camina con los platos para servir el almuerzo en la caseta bajo el frondoso árbol que los cobija a ella y a su familia.
La familia almuerza al lado de una carretera para no estar adentro de una carpa. Se ilusionan con tener en diciembre la casa que el huracán Iota les arrebató.
Como ellos, son muchas las familias que siguen a la espera de que este fin de año no sea igual que el del 2020: en carpas. Dicen que no soportarán un día más de ese calor endemoniado en su casa de mentiras.
VÍCTIMAS DEL HURACÁN
NICASIO, EL ‘LOBO DE MAR’ QUE VATICINÓ LA TRAGEDIA
VINCNT, EL CUENTERO
QUE MURIÓ SOLO
WAYNE HAYLOCK NO ABANDONÓ SU BARCO
TODOS LLORARON A ROGINO

Un año después de Iota el hospital de Providencia sigue en ruinas

'Pueden reconstruir Providencia, pero tienen una deuda con la isla'




Las islas volvieron a ser verdes, pero perdieron su escudo
Las islas volvieron a ser verdes,
pero perdieron su escudo
Providencia y Santa Catalina recuperaron en un año el color y la biodiversidad que ha caracterizado siempre a sus montañas. Sin embargo, tras el huracán perdieron casi todo su ecosistema de manglar, y recuperarlo, según expertos, puede tomar décadas.
Edwin Caicedo Ucros
Enviado especial de EL TIEMPO
Cuando el 15 de noviembre de 2020 el huracán Iota tocó Providencia y Santa Catalina con vientos de más de 230 kilómetros por hora, volaron palmeras de coco arrancadas de raíz, se quemaron las hojas de los árboles y se murió casi todo el manglar: un escudo de defensa natural contra la erosión costera, que ayudó a amortiguar el golpe de las olas en las islas.
El paisaje, recuerdan los locales, era desolador. Las montañas, reconocidas por su verde natural se habían tornado de un color cobrizo. Las hojas se habían ido de la mayoría de los árboles y el mar se había comido casi todas las playas. Aquel paisaje de película del fin del mundo fue desapareciendo de a poco, con el tiempo y las lluvias, gracias a la recuperación, sin intervenciones, de la naturaleza.
VOLVIERON LOS MANGOS
Rubén Hawkings, líder de los guías de senderismo y ecoturismo de Providencia, dice que el día más duro que ha tenido que pasar en la isla fue cuando volvió a adentrarse a la montaña para ver cómo había quedado todo y se encontró con árboles gigantes, con siglos de vida, derribados y quemados por la fuerza del viento.
Para él, un hombre que ha pasado parte de su vida subiendo a El Pico, una montaña que se eleva a 360 metros sobre el nivel del mar y que sirve como el punto más alto de Providencia, aquella era una imagen devastadora. Tanto así, que pensó que en muchos años no volvería a ver ninguna de las 45 variedades de mangos que tiene la isla; sin embargo, la naturaleza lo sorprendió.
“Mi hermana mayor vino de la isla Gran Caimán y me preguntó: ¿vamos a tener mangos para este año? Yo digo: vamos a tener muchos años de no tener mangos porque los árboles estaban como desaparecidos. Y sorprendidamente en unos seis meses teníamos mangos (sic)”, asegura, sonriente.
Hawkings, un defensor de las costumbres isleñas, amante de la naturaleza y criador de caballos, recuerda lo difícil que fue la primera vez que volvió a intentar subir a El Pico con un grupo de investigadores que querían evaluar la flora perdida a causa del huracán. Él, que conocía los senderos de memoria, se encontró varias veces perdido entre el montón de árboles caídos y terminó gastando todo un día en ir y volver de la expedición, cuando con facilidad podía subir y bajar hasta en tres ocasiones.
Un año después, dice, Dios y la naturaleza lo han sorprendido, porque todo ha reverdecido y se ha recuperado rápidamente, aun cuando él —que lleva años recorriendo los senderos y viendo cómo cambia la isla— esperaba lo contrario. “Yo estoy más contento que nunca con la naturaleza”, finaliza.
EL MANGLAR DE UNA GENERACIÓN
El 90 por ciento del ecosistema del manglar en las islas de Providencia y Santa Catalina se perdió. Eso lo asegura Marcela Cano, jefa de Área Protegida del Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon.
Las dos especies de mangle presentes en las costas, el rojo (Rhizophora mangle) y el negro (Avicennia germinans), tomaron un color gris que hoy contrasta con el resto del lugar. Ahora todos los esfuerzos se concentran en recuperarlo, pero hacerlo —asegura Cano— puede tomar mínimo una década, pero seguro puede ser más.
“En este momento estamos gestionando un proyecto para la restauración del manglar y de las formaciones coralinas. Dentro del parque construimos dos viveros: uno especializado en mangle, para toda la restauración del manglar de McBean, que es uno de los ecosistemas más importantes que hay en el parque”, destaca.
En el Old Providence McBean Lagoon, más de 34 hectáreas de manglar soportaron el golpe de la marejada al costo de morir por proteger la isla. En Santa Catalina –la isla vecina a Providencia, separada por el Puente de los Enamorados: plataforma de madera pintada de colores, de 180 metros de largo y que atravesaba el mar de los siete colores–, habitantes de la isla como Amparo Pontón y Francisca Robinson cuentan que fue gracias al manglar que el mar no entró con más fuerza y se llevó todo a su paso.


El legendario puente, que ya estaba en mal estado, también se cayó, lo que obliga ahora a los raizales a entrar en lancha a su isla. Actualmente están construyendo uno nuevo, de acero, antihuracanes y que promete, si se le hace un correcto mantenimiento, aguantar muchísimos años.
Hoy, el objetivo es sembrar el ecosistema de manglar desde cero. Por eso PNN, Coralina, Invemar y el Jardín Botánico de San Andrés han apoyado con semillas y plántulas germinadas que se cultivan en el vivero dispuesto solo para ese fin, con el objetivo de que sean posteriormente sembradas en toda el área protegida.
Cano espera cerrar este año con 20 hectáreas, para recuperar una parte importante de las 34 perdidas. Según cuenta, los locales han entendido la importancia del manglar tanto para la pesca, porque es allí donde se reproducen y crecen muchas de las especies de peces de la zona, como para la protección de huracanes.
“Cuando la gente mira lo que estamos haciendo, quiere ayudar porque saben la importancia de volver a recuperar el manglar. No solamente como protección para los huracanes. Los pescadores han entendido que parte de la pesca de ellos depende de que los manglares existan, pues es el sitio donde se reproducen y crecen la mayoría de las especies de potencial pesquero de la isla”, destaca Cano.
Este proceso, sin embargo, tomará tiempo y paciencia, y para algunos, como la bióloga providenciana Violeta Posada, a pesar de que hay esperanza, también debe haber una visión realista.
“A mi generación no le vuelven a tocar los manglares como estaban antes”, asegura Posada, quien vive en la parte nororiental de la isla, en una zona donde solía haber manglares de varios metros de altura que hoy están reducidos a palos secos y a agua llena de hojas.
Sin embargo, Posada ve con optimismo la rápida recuperación ambiental del resto de ecosistemas y fauna de la isla, aun en el caso de algunas especies relacionadas directamente con el manglar, como sucede con la garcita verde (Butorides virescens), de la cual pudo encontrar huevos y polluelos recién nacidos en el manglar en un trabajo de monitoreo, a pesar de que el ecosistema en sí está completamente seco.
A Gineth Brittom, guía local de kayak y quien solía hacer excursiones dentro del manglar, le preocupa cómo los vientos, ahora que el ecosistema no está, pueden afectarla a ella y a su familia. Desde su casa, ubicada en un risco que mira de frente al parque Old Providence McBean Lagoon, se puede ver claramente toda la devastación.
“Era un manglar muy lindo porque tenía mucha forestación; era un manglar muy verde, con muchas hojas de manglar rojo. Hoy se ve como si le hubiese pasado un incendio. Todas las ramas se ven quemadas, las raíces: se ve como muerto”, asegura Brittom.
A pesar de que sí ha visto especies de animales en el ecosistema, asegura que han disminuido los avistamientos de iguanas, boas y aves, y señala con preocupación que “sabe” que pasarán muchos años para poder ver, desde la ventana de su cocina, el manglar que conoció y en el que trabajó toda su vida.
“Yo sé que durará años en regresar. Parques Nacionales está haciendo una gran labor porque está sembrando nuevamente manglar y tratando de limpiar el área donde está el manglar blanco”, sigue.
CORAL, AVES Y FAUNA, APENAS AFECTADOS
Una de las primeras cosas que se hicieron para medir cómo estaba la biodiversidad de la isla tras el paso de Iota fue el despliegue de un análisis científico desarrollado desde distintas áreas y por expertos de diferentes entidades nacionales en un informe denominado ‘Expedición cangrejo negro’, que se realizó en dos entregas: una hecha apenas unas semanas después del huracán, y otra, tras más de seis meses de su paso, y fue presentado en agosto de este año.
El cangrejo negro, que, valga decirlo, es la especie más emblemática de la isla –vive en las madrigueras, ayuda a preservar el buen estado de los suelos y a evitar la erosión, es parte fundamental de la dieta de los nativos y un exquisito plato para los turistas–, también venía en deterioro por la sobreexplotación y porque muchos mueren aplastados por motos y carros a su paso por la única carretera que rodea la isla. Pero el cangrejo negro, que brota de la tierra entre los meses de abril y junio y que peregrina desde las montañas hasta el mar en un espectáculo glorioso de la naturaleza, ha sabido resistir.
“Cuando pasó el huracán, devastó toda esa zona (bosque seco tropical), que es el hábitat del cangrejo. Pensamos que eso lo iba a afectar y con esta migración estamos dándonos cuenta de que ellos superaron el Iota y eso puede ser por las madrigueras en las que se refugian”, celebró, en abril del 2020, el director de la Corporación Ambiental Coralina, Arne Britton González.
El segundo informe, en el que trabajaron más de 29 investigadores de seis entidades del Sistema Nacional Ambiental, contó con científicos del Instituto Sinchi y de Coralina que hicieron parte integral de los equipos del Humboldt; investigadores del Invemar que estuvieron trabajando junto con Parques Nacionales en playas y manglares, y con un equipo del Ideam que revisó el estado de ríos y quebradas en las islas.
En los documentos se ve reflejado en una primera instancia la fragilidad, y luego, la resiliencia de la naturaleza, a la que le tomó, en muchos casos, apenas un par de meses recuperarse.
Según explica Luis Chasqui, jefe de la línea de conservación del programa de biodiversidad en el Invemar, en el caso del ecosistema coralino de Providencia, la segunda barrera arrecifal más grande del Caribe, con 32 kilómetros de extensión –superado solo por el arrecife mesoamericano de Belice–, el daño se vio mayormente en la parte somera, “mientras que en los fondos más profundos no se ve que haya habido un efecto”.
Chasqui hace parte de un grupo de investigadores que junto con otras entidades como la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina) están desarrollando un trabajo de revisión, actualización de mapas de cobertura de corales y en algunos casos, inclusive, de salvamento de colonias de corales volcadas que podrían estar relacionadas con el huracán.
“Hay unos sitios, especialmente en la parte que es menos profunda, donde el oleaje golpeó más duro. Hay algunos corales golpeados, partidos, que después de casi un año obviamente ya se han empezado a recuperar naturalmente. Ese proceso de recuperación puede ser largo, porque los corales son animales que crecen muy muy muy lentamente”, destaca Chasqui, quien asegura, sin embargo, que la generalidad de lo que han visto hasta ahora es un ecosistema en buenas condiciones.
El coral, que tiene una función esencial en la protección de la isla en eventos como el oleaje fuerte, y protección de la erosión, es también un hábitat de peces e invertebrados que son sustento y alimento de los habitantes de Providencia y Santa Catalina.
En el caso específico de las aves, por ejemplo, las islas cuentan, a pesar de su pequeña extensión de tamaño, con 150 especies de estas, entre migratorias y residentes. Y según explica Daniela Gómez, investigadora del equipo de ornitología del Instituto Humboldt, lo que habían visto con tan solo 4 días de estar estudiándolas era el avistamiento de al menos 40 especies.
De hecho, según destaca Gómez, siendo el manglar el ecosistema más afectado de la isla, es donde más habían avistado aves. Esto podría deberse, según señala Sebastián Perez, biólogo y también investigador del Instituto Humboldt, a que las aves tienen la capacidad de adaptarse al ecosistema, pues lo que habían logrado estudiar hasta el momento era un impacto que poco había afectado a la fauna.
“Hay condiciones reproductivas activas. Hemos encontrado que hay muchos nidos, hay aves con parches de incubación, lo que quiere decir que están incubando huevos, hay muchos juveniles. Vimos, por ejemplo, una pareja en cortejo de reproducción de la única especie de colibrí que hay en la isla. Quiere decir que está todo avanzando como debe ser”, aseguró Pérez.
RESEMBRAR LA ISLA
La ‘Expedición cangrejo negro’ hace también un llamado importante por la pérdida de flora autóctona de la isla a causa del huracán, como es el caso de las palmas de coco, que antes se encontraban en abundancia en la isla de Santa Catalina y que tras el huracán se vieron notablemente afectadas y no presentan signos de recuperación.
Estos árboles, cuyo fruto es esencial para la preparación de comidas y bebidas autóctonas, ahora afectan la seguridad alimentaria tradicional. Según explica Doris Brittom, cocinera local, ahora un coco traído desde San Andrés puede costar 5.000 pesos, cuando antes del huracán podían costar en promedio 500 pesos. “Cada vez que llega el barco, traen coco. No hay aguacate, se cayeron los árboles, y el de acá que era bueno, seco”, destaca Brittom.
Es por eso que Amparo Jaramillo de Drews, defensora ambiental y directora de la fundación Pax Terra, tiene la idea de resembrar la isla con especies autóctonas como cocos y almendros, y está actualmente buscando apoyo para conseguir árboles ya maduros y de buen tamaño que puedan ser traídos a la isla para ser resembrados.
“La arborización nativa está respondiendo muy bien, pero las palmas no, y una isla sin palmas pierde parte de su esencia. Tampoco he visto reaccionar mucho a los almendros. Es como ver qué debe traer y cómo lo hacemos, ya sea a través de la fundación nuestra o de cualquier fundación, para que las palmas por lo menos lleguen, en principio”.
Jaramillo busca el apoyo de la Fuerza Aérea para que sea posible traer un avión con árboles de estas dos especies desde el territorio continental colombiano, que ya tengan un tamaño lo suficientemente grande como para que su proceso de adaptación y crecimiento sea más rápido.
Una visión parecida tiene Marcela Ampudia Sjogreen, coordinadora de proyectos de Providencia Food Producers Association, quien asegura que hoy se ha perdido la vocación agricultora de la isla, dejando atrás la autosostenibilidad y la seguridad alimentaria.
Providencia, una isla donde alguna vez se produjo naranja, algodón, aguacate, tabaco y coco, hoy no cuenta con los apoyos suficientes —según Ampudia— para tener una agricultura que es por naturaleza sostenible y que podría aliviar la carga actual de importación de alimentos del exterior.
Ampudia pidió que los viveros con los que actualmente cuenta la isla tengan no solo un tipo de árboles, sino que también incluyan frutales autóctonos, que permitan devolverle al territorio un poco de la vocación agrícola que históricamente ha tenido.
Mientras tanto, el verde sigue creciendo en Providencia, donde un año después, y de a poco, gran parte de la naturaleza ha regresado.




Un paraíso repleto de personas pero sin un solo turista
Un paraíso repleto de personas
pero sin un solo turista
La pandemia y el huracán Iota han mantenido cerradas, al turismo, las islas de Providencia y Santa Catalina. Un año después y con la reapertura proyectada para marzo del 2022, se lidia con la sobrecarga de personas ajenas, la falta de infraestructura y un paisaje que aún no recupera del todo su encanto.
Edwin Caicedo Ucros
Enviado especial de EL TIEMPO
Pese a estar cerrada al turismo desde marzo del 2020, la Providencia de hoy no tiene habitaciones libres para hospedarse. Y la razón es que los pocos hoteles, posadas y hostales que se han recuperado tras el huracán Iota (e incluso algunos que siguen afectados) están repletos de personas.
Y no, no son turistas. Hoy en Providencia no se escuchan pájaros cantar sino a obreros que conversan bajo el fuerte sol. No se ven bañistas salir de las playas de aguas cristalinas, sino a soldados que cavan, cavan y cavan para poner los cimientos de una nueva casa. No se ven extranjeros hablando de la flora y la fauna o de la belleza del mar en inglés, francés o alemán, sino a colombianos con acento cachaco, paisa y costeño preguntándose cuándo llegará el nuevo embarque del continente con cemento, madera, clavos y hierro para continuar.
Un año después de Iota, que destruyó casi por completo la infraestructura de Providencia y Santa Catalina —su pequeña isla hermana ubicada a unos escasos metros de distancia—, el turismo al que estaban acostumbrados los lugareños sigue sin volver. Y aunque las opiniones entre abrir nuevamente o no están divididas, lo cierto es que logística y turísticamente Providencia no tiene todavía mucho para ofrecer.
SOBRECARGADOS
De acuerdo con los resultados del censo hecho por la Unidad Nacional de Gestión de Riesgo apenas unas semanas después del huracán, en Providencia y Santa Catalina viven 5.725 personas, la mayoría de las cuales derivaban su sustento de un turismo que funcionaba por temporadas. En promedio, según cifras de la Secretaría de Turismo Municipal, llegaban a la isla en temporada alta entre 2.900 y 3.100 personas al mes, y en temporada baja entre 1.900 y 2.200 turistas.
Estos visitantes no arribaban todos de golpe, sino de forma gradual. Cada semana había en la isla entre 400 a 600 personas, que tras disfrutar de las playas tranquilas, el avistamiento de aves, el senderismo, el buceo y la posibilidad de relajarse en Providencia y Santa Catalina, se iban, lo que le permitía a la isla ‘descansar’ de la carga de turistas y recuperar su capacidad de proveer servicios básicos como comida y agua dulce.
Pero hoy Providencia está sobrecargada. De los 152 establecimientos turísticos entre hoteles, restaurantes y alojamientos que tiene, solo 30 han sido arreglados y todos están reservados por los más de 2.300 trabajadores que se mantienen en períodos que van entre los dos, tres, seis y hasta doce meses de asignación laboral.
“Estamos sobrecargados en cuanto a alojamientos se refiere”, asegura Angely Castillo, secretaria de Turismo de Providencia. En los establecimientos con mayor tamaño —ubicados dentro de los 17 kilómetros cuadrados de la isla— se quedan temporalmente obreros, arquitectos, ingenieros, militares, científicos y funcionarios públicos, con costumbres, gustos y necesidades muy distintas a las de un turista normal.
Un ejemplo claro —destaca Amparo Pontón, quien vive en Santa Catalina hace más de 30 años— es la comida. Cuenta que antes un turista que venía, y que usualmente no se quedaba más de una semana, podía adecuarse a la alimentación local; hoy la comida autóctona está cambiando porque el mercado, el grueso de quienes permanecen en la isla en este momento, así lo está pidiendo.
“El turista que viene los cinco días se aguanta el pescadito, se aguanta el caracol, la langosta. Pero no se aguanta eso un año, porque come distinto. ¿Entonces qué ha hecho? Que toda la comida de nosotros se continentalizó”, asegura Pontón.
La sobrecarga también ha generado discusiones sobre la capacidad para recibir turistas, un debate que sostienen hoteleros frente a otros prestadores de servicios turísticos como buzos, músicos o guías ecoturísticos. Los primeros, que saben que no hay capacidad para recibir a más personas debido a los limitados recursos, piensan que se debería esperar hasta el próximo año; los segundos, creen que es necesario abrir pronto.
“En este momento —sostiene Angely Castillo— no hay alojamientos suficientes para tantas personas. Quienes están llegando a trabajar se han visto en algún momento preocupados buscando alojarse; entonces, todavía no es el momento. Sabemos la necesidad de reactivar este sector porque la economía del municipio lo necesita, el turismo es la principal fuente económica y no tenemos turismo desde marzo del 2020”.
Desde lo que quedó de su oficina se puede ver al salir todo lo que perdió la isla y cómo al mismo tiempo trabajadores y locales trabajan sin cansancio para recuperarlo. El Puente de los Enamorados, la estructura de madera que atravesaba el mar conectando a Providencia y Santa Catalina como símbolo de unión y que ya no está, hoy se ve reemplazado por una estructura de acero reforzado; los trabajadores aseguran que es antihuracanes, mientras se le dé un mantenimiento adecuado.
Al lado de donde se construye el puente los providencianos y residentes de Santa Catalina cruzan ahora el mar en lancha y no caminando, y ven desde allí una grúa que sube y baja materiales, vehículos, alimentos y todo lo que se requiere para la reconstrucción. El escenario es caótico.
Para Castillo, traer turistas sería una irresponsabilidad, porque no se podría “brindarles el servicio que se merecen”. Por eso, insiste en que si bien desde la istración municipal se está revisando la posibilidad de reabrir a turistas en la temporada alta de diciembre o durante la Semana Santa del próximo año, esa posibilidad está condicionada por la capacidad del Fondo Nacional de Turismo de Colombia (Fontur) para reparar la infraestructura turística de la isla.
Fontur es el ente encargado de la reparación de 122 establecimientos restantes y, según Castillo, para reabrir al turismo se necesita que por lo menos el 70 por ciento de la capacidad instalada de alojamientos esté en buenas condiciones.


NO ABRIR, POR AHORA
“Si yo fuese turista no estaría feliz de venir acá”, dice Juanita Ángel, gerente del Hotel Cabañas Aguadulce, el negocio familiar que istra desde hace varios años y que hoy sigue sin ser restaurado.
Cuando llegó el huracán Juanita no creía que fuera real. Cuenta que durante años habían alertado la posibilidad de que un fenómeno de este tipo golpeara a la isla, pero que siempre se terminaba disipando, cambiando de rumbo y convirtiéndose en lluvias fuertes y nada más.
Un año después, sigue sin salir del asombro de haber pasado junto con sus papás, 12 buzos y un grupo de huéspedes casi dos días encerrados en un búnker antihuracanes diseñado por su familia hace muchos años, cuando construyeron el negocio.
Cabañas Aguadulce, ubicada frente a la bahía cristalina que lleva el mismo nombre, contaba con 24 cabañas antes de que llegara Iota. Hoy tienen una menos, la más grande fue destruida por el golpe de los vientos que superaron los 230 kilómetros por hora.
Apenas unas semanas después del desastre, y tras haber contabilizado los daños, lanzaron la campaña ‘Devolvámosle el color a Providencia’, con la que buscaban recaudar fondos para reparar el alojamiento con una dinámica sencilla: el dinero aportado serviría como abono para reservar el alojamiento cuando se diera la apertura. Juanita cuenta, entre risas de felicidad, que cuando reabran al menos “el primer año ya va a estar reservado”.
Sin embargo, hoy no es mucho lo que se ha hecho. La dificultad de traer materiales de construcción desde Cartagena, el puerto colombiano más cercano, además de los altos costos y la falta de mano de obra han detenido el proceso de restauración de las cabañas. Lo que sí hicieron fue arreglarlas, para poder alquilarlas a trabajadores y contratistas a un precio mucho menor, debido a que no están en las mejores condiciones.
“Nosotros no hemos hecho nada, porque hasta el momento todo está concentrado en las viviendas. Estamos quietos, esperando a Fontur, que supuestamente nos iba a ayudar con el hotel. Por el momento lo que hicimos fue ponerles plástico a los techos, maquillar, medio ‘parapetear’ para poderles alquilar a quienes están trabajando en la reconstrucción, porque hay mucha gente que está necesitando alojamiento”, asegura Ángel.
Para ella la isla no está lista para reabrir. Al menos no este año. La cantidad de obreros, caminos, soldados, obras y ruido le quitan la tranquilidad a Providencia y le entregan al turista un destino en el que no se va a sentir cómodo, ni va a encontrar nada que hacer.
ABRIR O PERDERLO TODO
“Pienso que no, no se debe esperar más”, dice Daniel Gutiérrez Newball, instructor de buceo desde hace 18 años en Providencia y una de las personas que más aboga por la reapertura de la isla al turismo.
Nacido en este pequeño pedazo de tierra volcánica que es la isla de Providencia, a Daniel no le interesa otra vida que no sea el mar. Un mar que conoce tan bien que no usa GPS para ubicarse cuando lleva a los clientes de su tienda de buceo, Sirius Dive Shop, a hacer inmersiones. Con apenas mirar dos puntos de las montañas al horizonte es capaz de triangular exactamente dónde están, en el inmenso océano, algunos de los lugares para hacer buceo más sorprendentes. Como Tete’s place, por ejemplo.
Allí nos cuenta su idea para reabrir al turismo: propone que sea gradual, que vengan las personas de a poco. Ya consiguió con algunos amigos espacio suficiente para recibir al menos unas cuantas personas y muchos de sus habituales clientes —buzos nacionales y extranjeros que ya han estado en Providencia— quieren volver por muchas razones: por el ecosistema coralino lleno de peces de muchas especies, tamaños y colores; por aguas calmas y transparentes y por personas como él, quien a pesar de llevar tanto tiempo sin poder prestar sus servicios turísticos, nos recibe amable y con una sonrisa generosa.
Daniel quiere hacer un “turismo con propósito”. Sabe que hoy la isla no es la misma de siempre. Por eso le ha propuesto a la Secretaria de Turismo la posibilidad de que vengan personas no solo a hacer actividades como buceo y ecoturismo, sino que también puedan ayudar en el proceso de limpieza y reconstrucción del lugar.
Reconoce que la están pasando mal las tiendas de buceo, los guías y los dueños de hoteles y posadas que aún no han sido reconstruidas por Fontur; sin embargo, ve lo bueno también. Dice que cuando Providencia y Santa Catalina reabran todo va a estar nuevo y colorido, pues, dice, hay avances en la construcción de casas e infraestructura hotelera, y espera que al final del año haya al menos 10 hoteles más arreglados.
Justo antes de que empezara la pandemia, Daniel había tenido uno de sus mejores años. “El turismo pintaba bien”, cuenta. Por eso se arriesgó, tomó un crédito de 130 millones de pesos con el banco para comprar tanques, trajes, chalecos, reguladores y todos los equipos de buceo que se requieren, además de un nuevo motor fuera de borda. Apenas unas semanas después, en marzo del 2020, la isla debió cerrar.
Luego, en noviembre permitieron reabrir, y cuando tenía en la isla a un grupo de 12 buzos disfrutando del arrecife de coral, llegó Iota. Los buzos se refugiaron en Aguadulce; él, con su familia. El mar dañó su motor nuevo, se comió la calle que pasaba frente a su negocio y se acercó tanto a su local, que hoy teme que pronto el mar también pueda llevárselo.
Lo que más le preocupa de no abrir en diciembre es que tenga que vender sus equipos para poder pagarles a los bancos. Pero sigue confiando, optimista y sonriente en que después del huracán en algún momento vendrá la calma.
‘VAMOS A ENTREGAR EN MARZO’
Para la fecha en que este artículo era escrito, la Secretaría de Turismo de Providencia y Santa Catalina —y en consecuencia los prestadores de turismo de las islas— no tenían conocimiento de que el Fondo Nacional de Turismo (Fontur) tuviera planeado entregar el 100 por ciento de los establecimientos intervenidos en marzo del 2022.
No se logrará el 70 por ciento a diciembre, como quería Angely Castillo, la secretaria de Turismo; tampoco se abrirá ese mes, como esperaba el buzo Daniel Gutiérrez. Según las proyecciones de Fontur, esperan tener el 51,3 por ciento de los establecimientos terminados el 31 de diciembre y el 20,4 por ciento en ejecución.
El presidente de Fontur, Irvin Pérez Muñoz, aseguró que de los 152 establecimientos censados ya terminaron la reconstrucción de 28 clasificados en las categorías baja y media, correspondientes a la fase I. De los 48 que hacen parte de la fase II (categoría media – alta), que se están reconstruyendo en convenio con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, se han terminado cuatro, tienen 10 en ejecución y van a iniciar trabajos en 34 más.
De los establecimientos de categorías alta y muy alta (aquellos que sufrieron daños en casi el 100 por ciento de su infraestructura) se ha terminado la reconstrucción de 10, tienen nueve en ejecución y van a iniciar trabajos en 57 más.
De acuerdo con Pérez, los retrasos en el proceso de reconstrucción obedecen a que la logística para llevar los insumos para trabajar en la isla ha sido compleja, por su ubicación y su condición de tener un único puerto de entrada.
“Las condiciones de la isla fueron el principal impedimento para iniciar labores. Lo primero que hizo el equipo de Fontur al llegar fue un diagnóstico de la situación de los prestadores turísticos y el estado de los establecimientos. Para el levantamiento de esta información fue necesario un trabajo de más de dos meses”, destacó el funcionario.
El directivo añadió que los proyectos de reconstrucción, que tienen asignados cerca de 48.000 millones de pesos, avanzan en los tiempos correspondientes y que mientras tanto, 113 prestadores de servicios turísticos con Registro Nacional de Turismo (RNT) que hoy no perciben ningún ingreso, como Daniel, recibirán un apoyo mensual, durante cinco meses, de 908.525 pesos.
“Esperamos terminar la reconstrucción de la totalidad de los establecimientos turísticos para marzo del 2022”, aseguró Pérez. Y puntualizó que dentro de los compromisos para la reconstrucción a cargo de Fontur “se cuentan los establecimientos turísticos con RNT, dentro de los cuales están posadas, hoteles, restaurantes, alquileres de vehículos y centros de buceo”.